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¿Cómo se vive el Burnout o el síndrome del empleado quemado?

Foto del escritor: tranquilamentepybtranquilamentepyb

Actualizado: 1 jul 2020

Todos los días llegaba a las 7:30 am. a la oficina, empezaba a checar mi correo electrónico: ¿Cómo era posible que en una noche hubiera recibido tantos correos?

Me ponía a contestarlos a prisa, mi objetivo todas las mañanas era ir limpiando mi correo electrónico. Tenía un método: Carpetas para todo, los correos sin leer estaban en la bandeja de entrada, conforme los iba resolviendo los pasaba a la carpeta correspondiente. Los que no podía resolver en ese momento, les ponía una banderita de seguimiento y una categoría con color. Pero algo pasaba que uno de esos correos se convertía en 2, 3 y 4 correos de respuestas, seguimiento, “gracias”, “enterada”, etc. y mi lucha por acabar con los correos no daba tregua.


La hora de entrada era a las 9 am, entonces empezaban a llegar mis compañeros, algunos llegaban 9:30 y salían a comprar de desayunar, yo iba por un café y una dona de chocolate. Verlos llegar 2 horas después que yo, me molestaba, no entendía por qué, todos me caían bien, y de hecho esa era la hora de entrada, pero se me hacía increíble que pudieran llegar tarde con la cantidad de trabajo que teníamos.


Yo trataba de apurarme porque sabía que en cuanto se abrían las puertas de la oficina, empezaban a llegar usuarios, candidatos, llamadas del cliente, reuniones, juntas, y por supuesto, se me acumularían más correos por contestar.


A la hora de la comida, salía a comprar lo primero que encontrara y seguía trabajando. Poco a poco mis compañeros dejaron de invitarme a salir a comer, pues sabían que mi respuesta era “tengo mucho trabajo” por lo que la convivencia se reducía a salir a comer con ellos los viernes, a reserva de tener también mucho trabajo.


Tenía 2 personas que me reportaban, yo las adoraba porque eran muy buenas en lo que hacían, mi mensaje verbal hacia ellas era que siempre podían acercarse conmigo para resolver cualquier cosa, pero mi lenguaje no verbal: mi tono de voz, mis gestos y mi postura cuando se acercaban a preguntarme algo, no daba ese mismo mensaje. Recuerdo cómo se acercaban con miedo y siempre empezaban con un: “Gris, perdón que te moleste, sé que estás muy ocupada pero…” y una cara de angustia que no podría describir.


A las 6 o 6:30 pm. la mayoría de mis compañeros empezaban a apagar su computadora e ir a sus casas, me sorprendía que terminaran a tiempo o que no les importara dejar cosas urgentes para el día siguiente.


Yo seguía atendiendo llamadas, y por supuesto, contestando correos.


Si ese día no había podido comer, como a las 7:30 pm. iba por un hot dog y una coca cola al 7eleven, me sabían a gloria. Comía sentada frente a la computadora y seguía trabajando.


A las 9 o 9:30 pm. empezaba a sentir cansancio y con mucha frustración, salía de la oficina sabiendo que no había terminado los pendientes.


De regreso a casa iba como en piloto automático, recordando las miles de cosas que tenía que hacer al día siguiente.


A veces al llegar a casa, tomaba un café con mi mamá, era lo que más disfrutaba, sin embargo, admito que el 90% de las veces no le puse atención a lo que me contaba, estaba demasiado cansada y preocupada con mis asuntos del trabajo.


El fin de semana se me iba como agua entre los dedos. Apenas me daba tiempo de arreglar mi cuarto, lavar mi ropa, salir con mi novio y el domingo por la tarde, empezaba a sentir una presión en el pecho: como muchas personas, no quería que llegara el lunes.


Por si fuera poco, quedarme dormida requería de al menos 1 hora de estar dando vueltas en la cama, varias veces me desperté a anotar pendientes que venían a mi mente mientras trataba de conciliar el sueño; y mis sueños, todos los que puedo recordar, estaban relacionados con cosas del trabajo.


Y al día siguiente, la historia volvía a empezar.


¿Por qué te cuento todo esto?


Porque estoy segura que no soy la única a la que le pasa, no lo cuento para parecer víctima o mostrarme como la empleada más entregada de la historia. Lo cuento porque yo estaba orgullosa de lo que hacía, me sentía importante, sabía (o más bien, creía) que los demás me respetaban porque se daban cuenta de todo lo que hacía, de mi esfuerzo, de mi capacidad para llevar muchos proyectos; suponía que merecía admiración por llegar tan temprano y salir tan tarde.


Lo que ahora puedo ver con más claridad y en su momento no era evidente para mi, es que no era eficiente, me la pasaba todo el tiempo saltando de una actividad a otra, no podía concentrarme ni poner atención en una misma tarea por más de 2 minutos, contestaba el teléfono con desgano, invertía toda mi tiempo contestando correos, atendiendo lo urgente en lugar de lo importante, no sabía priorizar, tenía una adicción a la acción, a resolver, para eso me pagaban; pero siendo totalmente honesta, había cosas importantes que dejaba de hacer: mi lista de pendientes era interminable, mi bandeja de entrada estaba llena de correos con la banderita de pendiente, mi escritorio tenía documentos que no archivaba y por supuesto que cometí errores que tuve que pagar.


Quisiera contarte que esta historia no se repitió, pero en mi siguiente empleo (te imaginarás por qué dejé el anterior) también empezó a pasarme lo mismo, no tenía la misma carga de trabajo, pero yo estaba repitiendo viejos vicios, excepto porque ahora sí respetaba mi horario de entrada, salida y comida, pero el no gestionar mi tiempo, hacía que siguiera acumulando pendientes.


Como podrás darte cuenta, tenía todos los síntomas del #Burnout o Síndrome de Agotamiento Laboral, el cual la Organización Mundial de la Salud lo definió como “Síndrome derivado del estrés crónico en el lugar de trabajo que no fue gestionado con éxito”.

Para identificar este síndrome hay 3 características:

  • Sentido de agotamiento o debilidad

  • Aumento en el aislamiento del trabajo, cinismo o sentimientos negativos relativos al trabajo;

  • Baja en la efectividad profesional.


Y como podrás notar también, la definición hace alusión a que es uno o una misma la que no puede o no sabe gestionar el estrés adecuadamente. Podríamos debatir esto último largo y tendido, pero lo que es un hecho es que me costó mucho entender que había cosas que yo podía hacer para sentirme mejor, para aprender a priorizar mis actividades, a enfocarme en una una tarea a la vez, ¡a delegar! los que sufrimos esto no sabemos delegar y no nos dejamos ayudar.


Si has vivido burnout o conoces a alguien que lo vive, me comprenderás cuando digo que es muy difícil dejar esos hábitos y no se pueden cambiar de la noche a la mañana. La buena noticia que puedo compartirles es que con práctica, disciplina, paciencia y mucha compasión hacia uno mismo, se puede empezar a gestionar nuestra atención, que es la clave de la productividad y el bienestar.


Antes de darte algunos tips que a mi me ayudaron a combatir el burnout, quiero aclarar que un principio fundamental que aprendí en mis entrenamientos en #Mindfulness y se ha vuelto mi estandarte es “Toma toda acción necesaria” es decir, no se trata de aguantar toda la vida en un trabajo en el que no te sientes bien, que no te permite tener un balance de vida o que no disfrutas; sin embargo, lo que sí es un hecho es que, si no trabajas lo que está en ti, así cambies veinte veces de trabajo, es probable que las mismas veinte veces te sientas igual de agotado o agotada.


Aquí van las herramientas que a mi me ayudaron:


  • Antes de prender mi computadora, hago tres respiraciones profundas, lo mismo al terminar la jornada, así le aviso a mi cerebro que empecé y terminé de trabajar, lo que me permite hacer otras actividades (cenar, platicar con mi familia, caminar, leer un libro) sin agobiarme por el trabajo.


  • Elegir una tarea a la vez: el #multitasking (multitarea) es un mito, el cerebro no puede hacer dos cosas a la vez, así que, cada que lo intentamos, gastamos energía valiosa en que el cerebro haga el cambio entre una y otra, lo que resulta agotador. Para esto, hay una técnica que me ha servido muchísimo: elegir la tarea en la que me voy a enfocar y poner en mi celular un temporizador de 25 minutos, esta es la técnica #Pomodoro. Durante esos 25 minutos sólo enfoco mi atención en la tarea que estoy realizando, sin ver el celular, sin abrir mi correo electrónico, evitando cualquier distracción. Al transcurrir los 25 minutos, hago una pausa de 5 minutos, respiro, tomo agua, voy al baño y tengo energía renovada para continuar.


  • Tráguese ese sapo: Te recomiendo el libro con este nombre, de Brian Tracy. Según un viejo dicho, si la primera cosa que tienes que hacer cada mañana es tragarte un sapo, entonces te queda la satisfacción de saber que eso probablemente sea lo peor que harás en todo el día. Eso significa, hacer primero la tarea más difícil o la que menos me gusta, ya que al concluirla me quito el peso de encima y la preocupación de tenerla que hacer más adelante.


  • Antes de terminar el día, escribo una lista con las actividades que debo hacer al día siguiente, eso me ayuda a dormir mejor pues disminuye la sensación de que algo se me está olvidando.


  • Finalmente, honrar mi tiempo: darle a cada actividad su tiempo y tratar de cumplirlo. Cuando lo hago, puedo aprovechar momentos para descansar y renovar mi energía.


Es importante que sepas que es válido pedir ayuda: hablar con tu jefe/jefa sobre tu carga de trabajo, buscar apoyo para gestionar tu tiempo y también buscar ayuda profesional de manera que puedas entender y aprender herramientas para afrontar la carga emocional de sufrir el Síndrome del empleado quemado.

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